El gurú británico Simon Zadek analiza el estado de la sustentabilidad en el mundo. Asegura que si la RSE no agrega valor desaparecerá y que a pesar de muchos casos fascinantes, los números van en la dirección equivocada. La palabra de un crítico con causa.
Aunque bien lejos de Hollywood, el mundo de la sustentabilidad también tiene sus propias estrellas. Crítico y ácido, Simon Zadek es sin duda una de ellas. Este británico, radicado en Suiza, fue el fundador y CEO del think tank Accountability hasta el 2009, organización que abandonó para dedicarse de lleno a la consultoría y a la publicación de libros.
Hoy asesora a empresas y gobiernos de manera independiente, aunque reconoce que el trabajo a nivel macro copa hoy su agenda. “Hoy el 80% de mi trabajo involucra a los países. Es lo mismo que la RSE, pero a otro nivel. Que haya más gente haciendo esto a un nivel más alto del sistema es sin duda una señal positiva”, asegurará en el transcurso de esta entrevista. Sudáfrica lo convocó, por ejemplo, para que los ayude a diseñar una política económica baja en carbono, a la vez que integra una iniciativa multilateral en China para generar una política de intercambio comercial sustentable.
Las empresas también recurren a él para encarar desafíos de lo más variados. Asesora a Nike desde fines de los ’90, cuando comenzaron a encarar la tarea de mejorar los estándares laborales en su cadena de valor y también trabaja en la actualidad con compañías como Dow en nuestra región o con IntelChina o General Electric.
Aunque, claro está, su mirada crítica nunca está ausente. “Mucha gente del departamento de Responsabilidad Corporativa no entiende el negocio: deben aprender a leer un balance”, le reconoció a esta periodista hace unos años. “El futuro de la gente de RC, si se mantienen igual, es cero. Deben evolucionar más allá de este rol de generalistas”, agregó en ese entonces.
Hoy, sigue igual de crítico. Y asegura que a pesar de algunas excepciones, no se está logrando mover la aguja del cambio. “Tenemos casos muy interesantes, pero los números van en la dirección equivocada”, dice en esta charla, que resulta una excelente brújula para entender cuál es el estado de la sustentabilidad en el mundo, tanto en los planos corporativos como nacionales.
¿Cuáles es en su opinión el gran desafío actual, en la agenda corporativa de la sustentabilidad?
En el nivel micro, para la gente trabajando en empresas o asesorando compañías, el desafío es alinear de manera más efectiva las prácticas de RSE a la creación de valor. En una situación económica como la actual, si no está alineada a la creación de valor, la RSE no sobrevive.
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Internalizar costos es un tema de compliance, pero transformar el costo en valor es un tema de negocios. Es importante no confundir los dos. Hay una ley que dice, por ejemplo, “no se debe contaminar”. Eso es una manera de internalizar costos. Pero si hay un modelo de negocio que permite transformar la polución en productos, es una manera de convertir un costo en valor. Se trata de negocios.
Tal como menciona John Elkington en su nuevo libro “The Zeronauts”, existe hoy una nueva raza de empresas y emprendedores que incorpora la triple línea de resultados desde el arranque. ¿Esto facilita esta deseada alineación?
Hoy vemos compañías interesantes haciendo cosas interesantes, en el mismo sentido en que el libro de Elkington sobre emprendedores sociales provee muchos ejemplos emocionantes. Pero también hay que discernir entre lo que es nuevo y fascinante y lo que es lo suficientemente grande para hacer la diferencia.
Solo ser emocionante no alcanza. Ser parte del movimiento no alcanza. Tenemos una responsabilidad de pensar en la escala y tenemos la responsabilidad de pensar en la velocidad. Podemos ser muy fascinantes y así y todo chocarnos con una pared de ladrillos. Sólo que es una fascinante pared de ladrillos…
“Tenemos casos muy interesantes, pero los números van en la dirección equivocada”.
Es grandioso describir la innovación, la dinámica y todo eso. Pero tenemos que preguntarnos cuidadosamente si estamos en el camino que entrega la velocidad de cambio que precisamos. Y diría que hoy no lo estamos. Tenemos casos muy interesantes, pero los números van en la dirección equivocada.
Eso no es un mensaje de pesimismo sino que suena una campana de alarma. Debemos preguntarnos cuáles son las palancas normativas que crearán los mayores cambios en escala, más que preguntarnos cuáles son las cosas interesantes que están sucediendo en el mundo.
Recuerdo que cuando lo entrevisté por primera vez hace unos años, se mostró bastante crítico con los ejecutivos del área de RSE y los instó a aprender a leer un reporte financiero. ¿Cómo ve en la actualidad el nivel de expertise de estos ejecutivos para manejar una agenda cada vez más compleja?
La situación sigue más o menos igual. Claro que hay excepciones. Pensemos en Ecoimagination de GE, que involucra 85.000 millones de dólares y que llevó a la compañía a duplicar su inversión en investigación y desarrollo. Esto no es RSE en el sentido tradicional. Es como imaginamos que debería ser. Para hacer eso de manera efectiva uno debe ser capaz de leer una hoja del balance.
Si uno mira el compromiso de Coca Cola para tener en el futuro un consumo de agua neutral, se trata de algo muy ambicioso y aspiracional. Nadie sabe bien cómo hacerlo y va a involucrar muchas cosas que ya se vienen realizando. Y puede fracasar.
Pero para hacerlo se requiere de un profundo conocimiento de los procesos de negocios. Va a involucrar grandes transformaciones de la cadena de valor. No se trata de métricas, reportes, comunicación o filantropía: implica, con el tiempo, la transformación del negocio de Coca Cola.
En estos ejemplos específicos vemos exactamente lo que deberíamos ver. No sólo la gente de RSE volviéndose más inteligente, sino la naturaleza del proceso de cambio volviéndose más sofisticada y abarcadora. No se trata de buenos sistemas de gestión o de buenos códigos o prácticas. De alguna manera, se trata de que la RSE ya no es más RSE.
¿Y qué sucede con la agenda de la sustentabilidad a nivel macro? ¿Cuáles son hoy los grandes desafíos?
En el nivel de países, el mayor desafío es la necesidad de generar economías libres de carbono, que tengan una filosofía que no lleve a niveles de crimen e inequidad, que combatan la corrupción y la mala gobernanza y que construyan una nueva generación de competitividad, más basada en un modelo verde e inclusivo. Es lo mismo que la RSE, pero en un nivel más arriba.
Ya a nivel internacional, estamos desafiados a movernos, más allá del enfoque de relaciones internacionales, basado en los procesos multilaterales de Naciones Unidas, que ya no están funcionando más. Se trata de crear nuevas coaliciones internacionales alrededor de temas. Eso puede ser más efectivo que el proceso intergubernamental a la vieja usanza, que no funciona.
El rol del sector privado en relaciones internacionales está cambiando muy rápidamente. A veces para mejor, en compañías más progresistas, y a veces para peor, tal como lo prueba el hecho de muchas compañías están peleando contra la legislación por el cambio climático. Hay diferentes desafíos y oportunidades en estos tres niveles, que por supuesto se interrelacionan.
La gente estuvo decepcionada luego de Río + 20. ¿Hay signos de creación de estos espacios internacionales alternativos?
La gente estaba decepcionada, pero a la vez no resultó sorprendida. Sus expectativas eran muy bajas. Pero esto reforzó la visión de que Naciones Unidas como una fuerza multilateral progresista difícilmente sea efectiva de ahora en más.
Sí se ven nuevas formas de coalición emergiendo.Algunas son internacionales en el sentido tradicional de estar formadas por coaliciones de gobierno u organizaciones internacionales, tratando de generar acuerdos en estándares de carbono o de promover temas concretos como la soja o el bife sustentable. Otras son iniciativas nacionales que involucran procesos internacionales. Hay muchos procesos internacionales por fuera de Naciones Unidas, que son importantes y que pueden ser influenciados por la comunidad de negocios que está involucrada.
¿Cuáles son los países que moverán la aguja en materia de sustentabilidad?
Si uno mira las nuevas medidas de competitividad sustentable, como las que produce el World Economic Forum, se ven países como Suiza, Singapur, Finlandia, Suecia destacándose en la cima. Y por buenas razones. Pero son países pequeños que no marcan el rumbo de la economía global en el futuro. Son pequeños casos interesantes, como las nuevas compañías y emprendedores sociales de John Elkington. Son lindos, pero no importantes.
La verdadera pregunta es a dónde van China, Brasil, Rusia, Estados Unidos, India, Indonesia y partes de Europa como Alemania… Estos son los drivers más importantes de la economía.
"La historia de China va a ser una historia acerca del desarrollo sostenible".
A un nivel me siento muy optimista. Si veo a China, que sería la prueba ácida del asunto, creo que los líderes senior ven el desarrollo sostenible como un rasgo esencial de su emergencia como super poder, así como lo fueron para Estados Unidos las libertades individuales. Cada super poder tiene una historia moral que ayuda a legitimarlo, mientras se vuelve dominante. Y la historia de China va a ser una historia acerca del desarrollo sostenible.
Al mismo tiempo, no soy completamente naif. Hay grandes contradicciones en este proceso de cambio. China es el emisor más grande de dióxido de carbono, el consumidor más grande de acero y carbón, y su nivel de corrupción es creciente. Es codicioso como cualquier otro super poder, como lo fue Gran Bretaña o Grecia en su apogeo. Si China tiene el poder de volverse la primera potencia con una narrativa de desarrollo sustentable, debemos ver cómo ayudarla para que llegue allí más rápido.
El caso de Brasil es muy distinto. Muchos la señalan como la economía natural verde, pero puede avanzar por dos caminos: una economía de commodities o de tecnología, las dos verdes.
Cuando nos conocimos en la primera entrevista, el 80% de mi trabajo era a nivel corporativo. Hoy el 80% involucra a los países. Es lo mismo, pero a otro nivel. Se trata de estrategia industrial, política de inversiones y de intercambio comercial. Que haya más gente haciendo esto a un nivel más alto del sistema es sin duda una señal positiva.
Volviendo a Río + 20, allí se vio una mayor participación por parte de los hombres de negocios, algo inimaginable 20 años atrás. Por otro lado, usted sostiene en algunos papers que es necesaria una mayor participación del estado para lograr que la sustentabilidad adquiera otra escala. ¿Cómo conviven estas dos realidades?
Es cierto. Ambas cosas son ciertas. Río + 20 mostró que hay una comunidad de negocios que crece progresivamente, que ve intereses comerciales alcanzando por lo menos los aspectos verdes del desarrollo sustentable. Los aspectos de equidad son tal vez más complejos. Uno ve que hay nuevas maneras de financiar infraestructura verde, hay nuevos mecanismos tecnológicos en el sector de la energía, en el de transporte. Todas estas son oportunidades para que el liderazgo corporativo progresista y fuerte crezca.
Por el otro lado, vemos en economías emergentes una nueva generación de gobiernos que ven la estrategia industrial como importante, después de tres o cuatro décadas de estar fuera de moda. Gobiernos que ven las empresas estatales y las inversiones controladas por el estado como jugadores de un rol importante en la gran transición. Estas dos cosas pasan al mismo tiempo.
Cada una tiene oportunidades positivas y potencial, pero también riesgos. Si los negocios se vuelven muy poderosos, entonces la legitimidad del estado y el proceso democrático está socavada. De manera similar, si la intervención del estado en la economía no es controlada, puede llevar al despotismo, la corrupción y la monopolización de las industrias. Y eso tampoco ayuda.
Estos dos patrones: los estados emergentes y las empresas emergentes tienen las semillas del éxito y las del fracaso. No hay una respuesta ideológica sobre lo que es correcto. Hay una respuesta práctica sobre lo que funciona mejor.
Es parte oficial del discurso del movimiento, que la RSE y la sustentabilidad son un buen negocio, al menos a largo plazo. Pero la cotizada creación de valor que usted menciona, y que genera un real atractivo económico, no es tan habitual. ¿De ahí la importancia del rol del estado?
No quiero tener que elegir entre innovación corporativa, conducta individual e intervención del estado. No son opciones: necesitamos los tres. La intervención del estado sola, sin la necesaria innovación de negocios y la inspiración de los individuos, no funciona. La inspiración de un grupo de individuos, sin la innovación empresaria y la regulación del estado, tampoco funciona. Tratamos de entender la dinámica entre estos tres motores del cambio, por un lado.
Por otro, hay que tener claro que no se trata de cualquier cambio de política y tampoco es cualquier innovación de negocio. La innovación de negocio puede producir nuevos tipos de muñecas Barby, nuevas drogas que maten a nuestros hijos o nuevas maneras de esquiar que destruyan la montaña. La innovación en sí no tiene valores. Debemos ser cuidadosos con lo que celebramos.
Lo mismo con la política económica o industrial. Los subsidios a los combustibles fósiles hoy, dependiendo en cómo se los mida, son de entre 500.000 millones o 1 billón de dólares al año. No es solo mucha plata, pero además provee señales a los mercados que promueven procesos productivos y consumo basados en el uso intensivo del carbono. Si se quitara una porción significativa de esos recursos, se ahorraría mucha plata, que se puede usar en mejores cosas, pero además se incentivan modelos económicos que usen menos carbón.
De manera similar, gobiernos alrededor del mundo gastan entre 4 y 5 billones de dólares al año para sus propias compras. Si una pequeña porción de eso se vuelve verde, se pueden reformar los mercados, incentivar nuevos modelos de negocios, impulsar la innovación de productos y aumentar el empleo en áreas clave. No es cualquier tipo de intervención estatal. Hay que hacer más sofisticada la manera de entender estas elecciones.Cuerpo de la nota