En los primeros meses de este año, las emisiones rozaron los US$20.000 millones, duplicando el total del 2013. Y la mitad fueron emisiones corporativas, una tendencia en ascenso. Empresas como Toyota, Unilever o Skanska protagonizan esta movida.
La incertidumbre del mercado actual hace que apostar por nuevas herramientas sea tanto riesgoso como necesario. Con esta dicotomía en juego, la adopción de métodos novedosos se vuelve un proceso de evaluación y estandarización del que no todos salen triunfantes. En esta carrera, los bonos verdes parecen tener un futuro asegurado, ya que sus emisiones se han multiplicado en los últimos años, generando grandes expectativas y resultados financieros. Es más, los expertos aseguran que ya no se trata de un mercado de nicho sino de uno masivo.
Los primeros green bonds nacieron en 2008, con una emisión de US$3.500 millones del Banco Mundial. La idea detrás de ellos fue atar los ingresos a inversiones que favorecieran el medio ambiente y lucharan contra el cambio climático. Desde ese primer momento, su popularidad ha ido en aumento y ya dejaron de ser exclusividad del organismo internacional. “Los bonos verdes te dan un retorno ambiental junto a uno financiero”, destacó Patrick McVeigh, Presidente de Reynders, McVeigh Capital Management.
Bonos al por mayor
La doble promesa parece estar rindiendo sus frutos y las emisiones no paran de crecer. Como ejemplo, bastan los tres últimos años. En 2012 se emitieron US$3.000 millones, cifra rápidamente superada por los casi US$ 11.000 del 2013. Mientras que en el primer semestre de este 2014, la suma alcanzará los US$20.000 millones, duplicando en apenas seis meses el record del año anterior. Todavía más, se espera que el valor acumulado para fines de este año sea de US$50.000 millones, todo de acuerdo a un informe de Climate Bonds Initiative.
Si bien esa cifra parece minúscula en comparación a los US$ 80 trillones que representan el tamaño total del mercado de bonos o el costo que lleva reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, en términos de ingresos para propósitos ambientales es inmensa. Pero más allá de los números, lo interesante es el hecho de que la mitad de los green bonds emitidos este año fueron corporativos, un cambio muy grande en comparación al 2013, cuando la mayoría fueron emitidos por agencias internacionales como el Banco Mundial o bancos de desarrollo. Y esta tendencia llegó para quedarse.
Lo que es más, la creciente demanda por parte de los inversores ha hecho que uno de los principales desafíos actuales sea la escasez de estos tratos ya que son adquiridos en grandes cantidades por fondos de pensiones y otros gigantes institucionales.
Los atractivos del verde
Esto se explica en parte por la solución que presentan a las inseguridades del mercado. En este sentido, el 55% de los activos de los fondos de pensiones están expuestos a riesgos climáticos para los que los bonos se convierten en una red de seguridad. Así también lo vieron los más de 250 inversores institucionales que este año compraron por lo menos un bono al banco sueco SEB, el mayor suscriptor de los bonos verdes.
Este auge ha llevado a que los green bonds más grandes como el emitido por la compañía energética GDF Suez por US$3.450 millones aparezcan en los índices de bonos generales. Además, la oferta de la empresa eléctrica es la segunda en términos de volumen que se ha producido entre 2013 y este año, detrás del Banco Europeo de Inversiones (US$3.500.000.000), la eléctrica francesa EDF (US$1.900.000.000), Toyota (US$1.750.000.000) y el International Finance Corporation del Banco Mundial (1.000.000.000).
En relación al sector privado, a GDF Suez, EDF y Toyota se le acoplaron Iberdrola con una oferta de US$750.000.000 y Unibail-Rodamco con la misma cifra. De hecho, las emisiones están empezando a provenir en su gran mayoría por parte de empresas, en lugar de bancos de desarrollo.
De hecho, las emisiones están empezando
a provenir en su gran mayoría por parte de empresas,
en lugar de bancos de desarrollo.
La magnitud de algunos de estos green bonds y la expectativa de mayor cantidad de emisiones hizo que en julio de 2014 el banco Barclay y la firma MSCI anunciaran que iban a lanzar el primer índice de bonos verdes. “Es el principio de un mercado más grande. Por ahora, estamos frente a un pequeño goteo de ofertas”, auguró Sean Kidney, CEO de Climate Bonds Initiative.
Las principales razones para esta apuesta a esta eco-financiación es que se presentan como una alternativa a las acciones de energía renovable que pueden ser muy volátiles y atraen nuevos inversores. Un claro ejemplo de ello fue la emisión de Unilever en Gran Bretaña por un equivalente a US$416.000 millones en marzo de este año, generando una respuesta fue de lo más inusual para los bonos esterlinos, ya que el 40% fue adquirido por gente fuera del Reino Unido. Lo mismo sucedió en el caso del African Development Bank al optar por esta herramienta. Acostumbrado a que bancos centrales y otros cuerpos oficiales le compraran el 75% de sus emisiones, en octubre de 2013 el 70% de sus green bonds fueron adquiridos por gestores de activos, aseguradoras y fondos de pensiones.
La necesidad de criterios claros
Más allá de las promesas y beneficios de los bonds, la falta de estandarización de criterios se convierte en una de sus mayores trabas para ser adoptados masivamente. Si bien el Banco Mundial ofrece cierta regulación, no es la norma en el mercado. Desde el momento en que dejó de ser el mayor emisor, han aparecido toda clase de iniciativas para intentar fijar lineamientos precisos, pero no existe un acuerdo universal.
Entre estas acciones se destaca la creación de los Green Bond Principles (GBP) de JP Morgan Chase, el Bank of America Merrill Lynch, Citigroup y Credit Agricole. “Los primeros emisores como el Banco Mundial influenciaron y estos principios van a ayudar a guiar al mercado”, señaló Marilyn Ceci, Directora de Gestión en JP Morgan Chase. Son directrices voluntarias desarrolladas con la ayuda de emisores, inversores y grupos medioambientales. Estas guías están orientadas a las entidades que emiten para darles un marco de referencia para el proceso de evaluación y selección de proyectos, la gestión de los fondos y la presentación de informes.
En estos intentos de homogeneidad y regulación también se destacaron ciertos grupos independientes como el Centro para Investigación Internacional de Clima y Medio Ambiente en Oslo (CICERO). El crecimiento del mercado los ha llevado a anunciar la alianza con otras cuatro instituciones como la Universidad Tsinghua para incrementar su capacidad. Sin embargo, a veces quienes emiten fijan sus propias reglas, como el caso de Toyota, que optó por seguir su propia voz para los green bonds de este año destinados a financiar autos de emisión cero.
El problema de que el mercado no tenga una única definición de lo que es verde se pone en evidencia cuando se tocan temas sensibles como la energía nuclear y el fracking. Se necesitan conceptos y lineamientos precisos para encontrar un equilibro entre los extremos de aceptar cualquier proyecto y de ser demasiado estrictos de modo que nadie pueda cumplir con los requisitos. Con la implementación de estándares, los inversores se sentirán más respaldados y podrán proyectar mejor los impactos.